La postal de invierno más cruel no es la nevada en las montañas, sino la soledad en las calles. El Bolsón, ícono turístico de la Patagonia y orgullo de la Comarca Andina, hoy luce vacía, vacía de visitantes… y vacía de esperanza. “No hay un solo turista”, claman los comerciantes. Y la frase no es exageración, sino el termómetro de una crisis profunda. El desplome del turismo invernal llegó con una fuerza devastadora. Familias que antes vivían del alquiler temporario hoy enfrentan facturas impagables. La caída de ingresos es tan feroz que muchos deben recurrir a créditos para no quedarse sin luz ni calefacción en pleno invierno patagónico. Los comercios sobreviven con lo justo, y los restaurantes, que solían llenarse de mochileros y esquiadores, ahora apenas sirven un par de cafés al día. El turismo, motor económico de esta región, se apagó como una fogata sin leña. La falta de políticas de incentivo, sumada al deterioro general del poder adquisitivo en todo el país, terminó por aislar aún más a estos pueblos cordilleranos. Desde cabañas hasta hosterías, desde guías turísticos hasta feriantes: todos están al borde. Y lo que debería ser temporada alta, se transformó en temporada de espera... ¿de qué? ¿De un milagro? ¿De un cambio urgente? La Patagonia no se rinde, pero hoy tiembla… de frío y de incertidumbre.